Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado.
Isaías 26:3
Después de considerar la realidad de que todos somos suceptibles a padecer bajo la intranquilidad del alma, sea esto por las adversidades propias del mundo caído y el pecado, así como por la pandemia actual que nos abruma; y luego de haber sido informados sobre la disponibilidad de una paz espiritual que sobrepasa todo entendimiento, extraigamos, entonces, la cuarta enseñanza del verso 3 del capítulo 26 del libro del profeta Isaías. Pero antes recordemos las anteriores. En la primera parte consideramos que la paz espiritual en el Señor es una realidad. No es una paz que viene por la ausencia de adversidades, sino de saber que en medio de ellas, el Señor está con nosotros (Jn 14:27; 16:33). En segundo lugar, confirmamos que esta paz espiritual está disponible para todos. Mt 11:28-30. También aprendimos, en tercer lugar, que mantener dicha paz espiritual requerirá un esfuerzo continuo; esto por los constantes bombardeos negativos a lo que estaremos sometidos en medio del mundo caído en el cual todavía estamos. Sal 16:8; 25:15; 27:3
Lo cuarto y último que aprendemos de las palabras de Isaías (26:3) es que mantener la paz espiritual prometida requerirá confianza en el Señor. Una confianza que más allá de saber quien es él, y como lo controla todo, se mantendrá, se fortalecerá y se afianzará recordando constantemente:
- Lo que él ha hecho hasta aquí por nosotros. Sal 103:1-8; 116:5-12
- Lo que él ha hecho hasta aquí por su pueblo Israel. Rom 15:4, Sal 107:1-8
- Lo que él ha hecho por, y en otras personas que conocemos. Sal 22:4-5; 34:4-7; 40:1-4
- Quien es él, cuál es su carácter; y el alcance de sus atributos; cosas que solo serán posibles de conocer por medio del estudio diligente de su Palabra. Sal 139:1-18
- Sus promesas, y como, por su carácter veraz, está comprometido a cumplirlas en favor de aquellos que le temen. Sal 25:14-15
Como vemos, vivir en esa paz espiritual prometida no es difícil; la dificultad generalmente está en negarnos a nosotros mismos, en rendirnos ante el Señor mientras sujetamos nuestros cuerpos a las disciplinas espirituales que contribuirán a que esta paz espiritual prometida sea realidad en nosotros.
Nuestro gran Dios y Redentor ha hecho todo lo necesario para movernos a perseverar en esto (Fil 2:12-13), sin embargo, la decisión de cuándo empezar a hacerlo realidad la tendremos que tomar nosotros.
La invitación está hecha.
Que nuestro Señor continúe fortaleciendo nuestras vidas.
Ps. Pedro Castillo Payne